Lc 11, 1-13
Los discípulos de Jesús debieron quedar admirados de la forma de hacer oración Jesús, de noche, o a cualquier hora del día apartándose del grupo para estar a solas un tiempo consigo mismo y con Dios su Padre a quien llamaba “Papá” y por eso le piden que les enseñe a orar como Juan enseñaba a sus discípulos.
La conexión íntima del hombre con Dios es justamente lo que pretende toda religión. Así diremos que es hombre realmente religioso el que vive la experiencia del encuentro asiduo con Dios a través de la oración. Oración que no es sólo hacer rezos sino hablar desde y con el corazón con Aquel en quien confiamos porque sabemos que nos escucha y nos ama y nos habla a nuestra conciencia y podemos escuchar su voz. El mismo Gandhi afirmaba sin duda escuchar la Voz de Dios más allá de toda duda.
Esta experiencia de oración es fundamental porque es el encuentro desde lo más íntimo de nuestra conciencia con nosotros mismos y con Dios.
La oración cristiana añade los sentimientos y proyecto de Jesús por los cuales reconocemos a Dios como Padre por el bautismo que nos engendró a una vida nueva, le pedimos que venga su Reino con Cristo, nos perdone y regenere por dentro, nos libre de caer en el mal y manifieste su amor providente atendiéndonos en las necesidades de cada día.
La oración de Abraham pidiendo a Dios que libre del fuego a las ciudades de Sodoma y Gomorra es un bonito ejemplo de oración generosa en que pedimos no solo por nuestras necesidades sino por las de todo el mundo.
Esa generosidad en el Padre nuestro aparece en el lenguaje inclusivo: no decimos “Padre mío” sino “Padre nuestro”. No decimos “dame el pan” sino “danos el pan de cada día”.
Así aparece desde lo más profundo de nuestra oración el empeño no sólo en salvar o conquistar “mi felicidad”, mi libertad y/o mi vida entera, sino también la de toda la humanidad.
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