InicioSin categoríaA TESTIMONIAR CON LA FUERZA DEL ESPIRITU Lc 10, 1-9 Algo muy novedoso tenían que ofrecer los 72 discípulos que iba mandando Jesús a predicar para despertar la curiosidad de aquellos paganos pagados de sí mismos y de su saber religioso o filosófico. Pero ¿qué era lo que dirían que podía llamar tan poderosamente la atención a sus coetáneos? No llevaban dinero para regalar, ni nada en las alforjas, y … ¿cómo esos desdichados se atrevían a ir por los pueblos predicando y anunciando lo de Jesús y su Reino? Hemos visto a Pablo cómo se enfrentaba con la gente y tenía enconadas batallas dialécticas casi con todos. Pero no parece que el poder de convicción naciera de los milagros ni tampoco de las ideas, aunque Pablo en eso iba sobrado. Lo que más debió llamar la atención era la fe que la gente percibía en ellos y lo que la fe había producido en sus vidas. Los que seguían a Jesús habían experimentado un antes y un después en sus vidas. El encuentro con Jesús les había cambiado algo muy profundo y empezaban a seguirlo y a disfrutar hablando de Él y enseñando una nueva forma de vivir en que el amor tenía más trazas de verdad y era fuerza que se vivía en la propia hermandad de los discípulos y los animaba y empujaba a vivir la ilusión de que con Jesús algo grande estaba pasando porque veían posible que el mundo y cada uno fuera cada día un poco mejor. Había pasado que aquellos improvisados predicadores habían escuchado a Jesús y tocados en algún punto muy vivencial se veían ya con fuerza para anunciar al Jesús cuyas palabras bien oídas enganchan y liberan. La magia y atracción de Jesús está ahí en su vida y su palabra. Si cada uno de nosotros nos comentara qué palabra o hecho de Jesús le ha hecho más impacto seguro que su comentario nos animaría. Entonces el evangelio no es contar sólo lo que dijo o hizo Jesús sino su impacto en mí de lo que yo soy testigo. Hay una canción cuya letra hoy podemos recordar “Canción del testigo. Por Ti mi Dios cantando voy la alegría de ser tu testigo, Señor”.
A TESTIMONIAR CON LA FUERZA DEL ESPIRITU Lc 10, 1-9 Algo muy novedoso tenían que ofrecer los 72 discípulos que iba mandando Jesús a predicar para despertar la curiosidad de aquellos paganos pagados de sí mismos y de su saber religioso o filosófico. Pero ¿qué era lo que dirían que podía llamar tan poderosamente la atención a sus coetáneos? No llevaban dinero para regalar, ni nada en las alforjas, y … ¿cómo esos desdichados se atrevían a ir por los pueblos predicando y anunciando lo de Jesús y su Reino? Hemos visto a Pablo cómo se enfrentaba con la gente y tenía enconadas batallas dialécticas casi con todos. Pero no parece que el poder de convicción naciera de los milagros ni tampoco de las ideas, aunque Pablo en eso iba sobrado. Lo que más debió llamar la atención era la fe que la gente percibía en ellos y lo que la fe había producido en sus vidas. Los que seguían a Jesús habían experimentado un antes y un después en sus vidas. El encuentro con Jesús les había cambiado algo muy profundo y empezaban a seguirlo y a disfrutar hablando de Él y enseñando una nueva forma de vivir en que el amor tenía más trazas de verdad y era fuerza que se vivía en la propia hermandad de los discípulos y los animaba y empujaba a vivir la ilusión de que con Jesús algo grande estaba pasando porque veían posible que el mundo y cada uno fuera cada día un poco mejor. Había pasado que aquellos improvisados predicadores habían escuchado a Jesús y tocados en algún punto muy vivencial se veían ya con fuerza para anunciar al Jesús cuyas palabras bien oídas enganchan y liberan. La magia y atracción de Jesús está ahí en su vida y su palabra. Si cada uno de nosotros nos comentara qué palabra o hecho de Jesús le ha hecho más impacto seguro que su comentario nos animaría. Entonces el evangelio no es contar sólo lo que dijo o hizo Jesús sino su impacto en mí de lo que yo soy testigo. Hay una canción cuya letra hoy podemos recordar “Canción del testigo. Por Ti mi Dios cantando voy la alegría de ser tu testigo, Señor”.