Maria se alegra en el canto del Magnificat de Lc 1,46-56 de que Dios se haya fijado en la pequeñez de su esclava para hacerla nada menos que madre del Señor y canta las preferencias del Dios de misericordia y bondad que mira con cariño especial a pobres y sencillos a los que enaltece mientras “despide vacíos a los ricos y derriba a los poderosos de sus tronos”.
Es la alegría esperanzada del gran cambio que con Jesús se va a poder producir. Una alegría que veremos en Jesús cuando en Lc 10,21-24 nos dice que Jesús “lleno de la alegría del Espíritu Santo veía con agrado que el Padre revelara su Sabiduría a los pobres y sencillos y se la ocultara a sabios y poderosos.
Con Jesús y con el Padre y con la alegría de María cantemos hoy el Magnificat que es el alba del nuevo tiempo en que serán preferidos del Señor y de la Nueva Humanidad amante de su Sabiduría – los de siempre desfavorecidos por la naturaleza y por la historia.
Es entonces cuando veremos con más claridad la imágen divina en el rostro humano.