Mt 18,21-19,1
Habla de que el discípulo ha de estar dispuesto a perdonar siempre al ofensor (=setenta veces siete) y tanto si las ofensas son leves como si son graves y la razón última es que para nosotros – hijos de Dios- todos los hombres somos hermanos e hijos del mismo Dios y Padre y por tanto en la respuesta al mal u ofensa recibido no podemos responder de la misma forma que el ofensor (despreciativa, irrespetuosa, provocativa, violenta, orgullosa, odiosa, …) sino dominando nuestro instinto agresivo para encontrar la mejor respuesta desde el amor. Es por ello que la palabra amor está vacía de sentido si no va acompañada de aquellas características que tan bien recoge Pablo en Cor. 13, la caridad (=amor en que está Dios), es paciente, es benigna, no es jactanciosa, no es envidiosa, no piensa mal, se complace en la verdad, todo lo espera, todo lo tolera… Esa forma de amar con autogobierno y atención a los valores más generosos es el camino de la única paz posible entre personas y pueblos o naciones. Este es el camino que nos propone Jesús. Camino que nos exige hacernos violencia interior a nosotros mismos para no caer en la tentación de la violencia, de responder al mal con el mal.
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