Lc 12,13-21
En la lógica del evangelio o nuestro corazón está puesto en Dios o en el dinero . Ambos son motores de conducta y piden y exigen grandes sacrificios. Por eso Jesús miró al joven rico con tristeza porque no fué capaz de seguirle. Era rico y por su apego al dinero rechazó el ideal cristiano de vida.
Este afan y apego al dinero se ha justificado siempre con grandes argumentos. Los caballeros medievales lo justificaban para disuadir a los posibles enemigos y defender a su pueblo y vasallos.
Con Max Weber los protestantes caballeros y principes justificaban los desmanes de su codicia viendo en el crecimiento económico un signo de que Dios les estaba perdonando y bendiciendo con bienes.
Evidentemente estos no son argumentos evangélicos ni pueden justificar la codicia. Esta lo q en el fondo esconde es un tema de desconfianza
, inseguridad o miedo a esta vida tan insegura y caduca que no hay mas remedio que enriquecerla con seguridades.
El problema es que en cuanto se siguen sus exigencias no es fácil ponerle freno. Pronto con diferentes argumentos se van adquiriendo niveles de vida cada vez mas ABUSIVOS Y EXCLUSIVOS con el torpe argumento de que ” tu te lo puedes permitir”- no importa que otros no-.
Ante estos cambios de pensar nos planteamos: ¿ puede ser creyente de verdad y seguidor de Jesús el ambicioso y codicioso? Desde el evangelio pensamos que lo tiene difícil . Ha convertido en eje de su vida su “ego” con sus exigencias de seguridad y cuando esa forma de ser es consagrada por la cultura del bienestar lo que resulta es un individualismo feroz que ha centrado la predilección de su vida en conquistar “su” felicidad y “su” bienestar. Mira por donde, parece que se ha generado una sociedad neo-burguesa con pensamientos y hábitos de conducta que consagran el egoismo insolidario (Mounier)
olvidándo los valores trascendentes como el dar sin esperar nada a cambio. ¿ como van a dejar que Jesús Mesias y pobre se encarne en el mundo, ni menos en su corazón si éste está puesto de verdad en el brillo de la riqueza?
Da la impresión que solo el cristiano que asuma elegir vivir con sencillez y austeridad pudiendo vivir ricamente y el que esté dispuesto a despojarse de su “status” adquirido por oficio o beneficio podrá ser hermano de los hombres y testigo de Jesús en el mundo.
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